Hechos 9:36-43, Salmo 23, Apocalipsis 7:9-17, Juan 10:22-30
Entre las primeras imágenes de Jesucristo existe una que muestra a Jesús como el Buen Pastor. En la lectura del Evangelio de hoy Jesús dice, “Mis ovejas reconocen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”. Somos su rebaño y Jesús nuestro buen pastor.
El pasaje de los Hechos de los Apóstoles dice que tanto los judíos como los gentiles son llamados a seguir a Jesús. Es la fe, no el derecho de cuna, lo que nos permite pertenecer a la comunidad de creyentes. En Apocalipsis, aprendemos que el rebaño que le sigue a este Cordero de Dios será también purificado en su sangre.
En la vida cotidiana, muchos buscamos modelos a seguir. Buscamos personas a quien imitar, a alguien que nos guie. “Es que tenemos a Dios”, dicen algunos. Sin embargo, Dios pone en nuestro camino a personas que han luchado por hacer lo correcto frente a circunstancias difíciles y que con la ayuda de Dios pudieron triunfar. Entendamos que triunfar no se trata de tener dinero, una casa grande o un carro del año. Triunfar es sentirse cerca de Dios, estar feliz en las relaciones humanas y vivir en armonía con el mundo que nos rodea.
En este caso quien triunfa es una persona a quien quisiéramos imitar. Si esta persona es alguien que basa su éxito en su identificación con Dios, sólo entonces podemos estar seguros que debemos imitarlos. Esto fue lo que hicieron los santos y santas que reconocemos y algunos otros, como esos miembros de nuestra familia que supieron vivir en armonía y ser felices. Ellos también se han convertido en nuestros santos y santas, nuestros modelos a seguir.
Si nos fijamos en la vida de estos santos y estas santas nos encontramos con el rostro de Cristo—Dios entre nosotros los seres humanos. Cuando reflexionamos sobre las acciones de estas personas, y la manera en la que llevaron su vida, logramos tener el modelo que añoramos.
A esto se refería Jesús cuando les decía a los fariseos que quien ve al hijo ve al Padre, que sus obras son la muestra de quién es Él. Lo mismo podremos decir que quienes ven nuestras buenas obras, sabrán que somos de Cristo. Pero si nuestras buenas obras no se ven, no podemos ser su presencia aquí en este mundo.
Las nuevas generaciones también están buscando modelos y esperan encontrarlos entre nosotros los adultos. Preguntémonos. ¿Se ve el rostro de Cristo en cada uno de nosotros? Los jóvenes también se pueden preguntar, ¿Se ve el rostro de Cristo en cada uno de nosotros? y los niños y las niñas se pueden preguntar, “¿Se ve el rostro de Cristo en cada uno de nosotros?”
Seamos modelos unos para con otros, así que quien nos ve a nosotros, ve a Cristo.
En un pequeño pueblo en sudamérica, un sacerdote celebraba la misa. Durante el sermón su perro se escapó de la casa pastoral y entró a la iglesia. El perro reconoció la voz de su amo. Pasaba de un parlante a otro buscándolo y no lo encontraba. Cuando al fin lo encontró predicando frente al pueblo, se acostó a sus pies. Ahí permaneció muy cómodo y sintiéndose seguro y protegido. El resto de la misa no se apartó de su amo. Igual que las ovejas que reconocen la voz de su pastor y lo siguen el perro escuchó y reconoció la voz de su amo.
Preguntémonos: Si escuchamos la voz de nuestro Señor…
¿Estamos siempre dispuestos a seguirlo?
¿Estamos dispuestos a seguir su ejemplo?
Pensemos en un momento en que hayamos tenido que tomar una decisión. Puede ser un proceso difícil. Nuestras decisiones tienen consecuencias. Nos detenemos, pensamos, vemos las variables entre las opciones ya sean buenas o malas. Luego escogemos entre ellas, la mejor o la menos mala. Actuamos de acuerdo a nuestro criterio, y el resultado es lo que llamamos un acto o fruto que nos define—un momento en que damos testimonio de quiénes somos. ¿Buscamos la voz del Señor como guía? Permitimos a Dios estar en ese proceso?
Ahora, pensemos en una decisión que pronto tengamos que tomar. ¿Qué queremos hacer para ser un modelo que nuestros hijos, pareja o amigos quisieran seguir?
Las lecturas de hoy nos sirven de guía y nos afirman.
Cada vez que nos acercamos a la mesa del Señor y lo recibimos en la Santa Comunión somos purificados por la sangre del cordero, es un proceso constante de irse configurando en Cristo, es decir: “ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Seremos, cada vez más, el rostro de Cristo.
Mantengámonos en comunión con Cristo. No nos alejemos del estudio de la palabra y de practicarla, de compartir el pan y de la convivencia con nuestros hermanos y nuestras hermanas en Cristo.
Si nos identificamos con Cristo, entonces seremos más como él.
Estemos preparados para momentos difíciles que enfrentaremos al seguir la voz del buen pastor, y en nuestro caso, también al buscar ser esa voz de Cristo para otros. Ser la presencia de Dios o purificarnos hasta ser su rostro es una tarea complicada y difícil. Tendremos desánimos, decepciones y otros momentos en que parezca que esto de seguir a Cristo es imposible de sostener.
Pero no estamos solos en esta tarea. Tenemos a nuestros hermanos y hermanas en esta familia espiritual. Aquí estamos para animarnos unos a otros, para apoyarnos en este camino de seguir al buen pastor y ser buenos pastores para otros.
Aprendamos a caminar juntos, dando testimonio de querer y hacer lo correcto. Escuchemos su voz y busquémoslo para tomar su ejemplo e ir al mundo a ser buenos pastores, testimonios de su amor reconciliador.