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Décimo séptimo domingo después de Pentecostés (Propio 19) – Año C

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Jeremías 4:11-12, 22-28, Salmo 14, 1 Timoteo 1:12-17, Lucas 15:1-10

Es indudable que cuando encontramos algo que pensábamos perdido nos alegramos, y en muchas ocasiones compartimos esa alegría con otros. Especialmente hoy en día por los medios sociales como Facebook, Twitter, Instagram, por nombrar algunos.

Jesús en las parábolas de hoy hace referencia a ese gozo de encontrar algo o a alguien, que la mayoría de la gente consideraba perdido: “Los fariseos y los maestros de la ley criticaban a Jesús, diciendo: Éste recibe a los pecadores y come con ellos”.

Debemos reflexionar sobre lo que en el día de hoy consideramos perdido, fuera de uso, inservible, molesto. Hemos perdido o estamos perdiendo, como comunidad, muchos valores que nos hacen ser comunidad; dejamos de usar o abandonamos principios que dan sentido a nuestra vida. Por ejemplo: el egoísmo, la violencia, y la corrupción tanto de sistemas políticos como en la sociedad en general. Nos hacemos ciegos ante realidades que reclaman justicia, comprensión, verdad, y sinceridad. Muchas veces nos distraemos al seguir nuestros propios deseos sin tener en cuenta de que formamos parte de una comunidad con necesidades y metas en común.

Durante las vacaciones de verano un niño llamado Tino aprendió algo sobre la responsabilidad. Su padre había invertido todos sus ahorros en comprar 28 ovejas. Ese verano le tocaba a Tino y a su hermano la responsabilidad de cuidarlas. Un día por alguna razón el hermano de Tino no estaba cuidando las ovejas con él. Tino se encontró con amigos que estaban jugando y sin pensarlo salió corriendo a jugar con ellos. Sin darse cuenta el tiempo pasó. De repente se acordó de las ovejas. Se despidió de sus amigos y empezó a buscarlas. Al principio fue a los lugares que acostumbraba llevarlas, pero no las encontró; pasaban personas por el área en que buscaba, pero Tino, por no dar a descubrir que las había perdido, no le preguntaba a nadie. Estaba totalmente espantado. Su caminar se convirtió en correr por todas partes, pero no le preguntaba a nadie. Resignado a la pérdida y con gran ansiedad, desesperación y tristeza se dirigió a su casa; ¡era solamente el mediodía! Pensando en cómo iba a explicar su error la distancia fue corta, y ya estaba frente a la puerta de la entrada de su casa. Sin embargo, antes de entrar algo le dijo que fuera al corral, quizá sería porque Tino no quería hacer frente a las consecuencias. Cuando llegó, su corazón palpitaba con tanta fuerza que lo podía oír; ¡ahí estaban! Las 28 ovejas tranquilas, descansando. La alegría que sintió fue inmensa, las acarició a una por una y en su interior les agradecía su presencia. ¡Nunca olvidó ese día!

Todos tenemos una historia en nuestras vidas de “perder y encontrar” algo o a alguien. La experiencia nos dice que ese acto tiene tres dimensiones: una personal, una en relación con lo divino, y la dimensión comunitaria. Personal porque es parte de las acciones, pensamientos, intenciones y deseos de cada persona. Con lo Divino porque nos damos cuenta que formamos parte de una realidad inmensa, mucho más grande que “yo”, lo incompleto que somos sin la presencia y el poder de Dios. Comunitaria porque cada persona tenemos una responsabilidad, no solo con uno mismo, sino con los demás y el bien común. Si Tino hubiera preguntado o pedido ayuda, seguro que alguien le hubiera dado razón de sus ovejas. Tino no dependió de la comunidad para encontrar las ovejas. Dios es una perfecta comunidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nos llama a formar comunidad y a conocerlo en el rostro del prójimo. Ahí debemos buscarlo.

Este fin de semana recordamos los eventos del 11 de septiembre y todo lo que perdimos por causa de actos violentos inspirados por la falta de humanidad y el deseo de hacer daño. Cada uno de nosotros recuerda dónde estaba cuando supimos lo que había pasado. Cada uno perdimos algo ese día. Para unos fue un ser querido, el sentido de seguridad y hasta su propia vida. Para otros tal vez no sea tan claro. A pesar del dolor insondable, el miedo y la incertidumbre, muchos de nosotros encontramos rayitos de luz entre las cenizas que nos cegaban. El poder del odio no ha podido apagar la luz de Cristo que sana y sigue sanando los corazones de los más afectados. Encontramos corazones compasivos y almas generosas que caminaron y siguen caminando con todos los afectados. Hemos tenido que confrontar la realidad de un mundo globalizado y en medio de ese caos muchos han encontrado el rostro de Dios. Muchos aprendimos a refugiarnos el uno en el otro.

Que no se nos olvide la forma en que nos apoyamos y nos cuidamos los unos a los otros en los momentos más difíciles y no esperemos esos momentos para participar del regocijo de encontrar la amistad, la verdad, el apoyo, la honestidad, la justicia, el amor, la solidaridad y la paz—el rosto de Dios—el uno en el otro, en comunidad.

Retomemos las tres dimensiones del perder-encontrar citando a san Pablo que en su carta a Timoteo dice: “Doy gracias a aquel que me ha dado fuerzas, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me ha considerado fiel y me ha puesto a su servicio, a pesar de que yo antes decía cosas ofensivas contra él, lo perseguía y lo insultaba”.

Entonces, salgamos con gozo y anunciemos en nuestras acciones que Jesús nos encontró y que está siempre buscando y reconciliándose con el que se perdió, al que está confundido, al que tiene dudas, al que está incierto, al que se siente invisible o inservible, y que nos toma en sus manos, nos abraza, nos sana y nos lleva con él a su ¡comunidad de los encontrados! donde todos nos alegramos de recibir al que faltaba.

No dejemos de seguir buscando a Dios en todo; en nuestros quehaceres diarios, en nuestros familiares, en el trabajo y en el desconocido. Busquemos a Dios en todo momento, en el deseo de relacionarnos los unos con los otros—especialmente con las personas que se nos hace difícil de comprender. Busquemos la reconciliación y la paz en cada aspecto de nuestras vidas.

Oremos como el salmista: “Crea en mi, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni mi quites tu santo Espíritu”.

El Rvdo. Roberto Arciniega es misionero para ministerios latinos de la diócesis Episcopal de Oregón y rector de San Miguel/St. Michael en Newberg, Oregón.

Publicado por la Oficina de Formación de la Iglesia Episcopal, 815 Second Avenue, Nueva York, N. Y. 10017.
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