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Channel: Sermones que Iluminan
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Décimo noveno domingo después de Pentecostés (Propio 21) – Año C

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Jeremías 32:1-3a, 6-15, Salmo 91:1-6, 14-16,  1 Timoteo 6:6-19, Lucas 16:19-31

Cada vez que Jesús tiene una cosa importante que comunicar, él crea una historia y cuenta una parábola. Así, a través de la reflexión sobre una realidad visible, lleva a los oyentes a descubrir los llamados invisibles de Dios, presentes en la vida. Una parábola está hecha para pensar y reflexionar. Las parábolas son quizás las enseñanzas de Jesús que la gente más recuerda de toda la Biblia. Quizás porque los personajes que las parábolas nos presentan son de carne y hueso, con sus luces y con sus sombras, con sus odios, miedos, temores y con los deseos incontrolables de ejercer poder.

Lucas nos presenta la parábola que comúnmente se conoce como: el Rico Epulón  o “el que banquetea” y el pobre Lázaro cuyo nombre significa “ayudado por Dios”. Por medio de esta parábola, Lucas nos invita a descubrir el propósito de la riqueza y el compromiso solidario que debemos tener con las personas pobres.

Esta parábola nos ayuda a ver que no se trata, únicamente, de dinero, ni de riqueza. Jesús invita a su audiencia a examinar las relaciones entre unos y otros. Dar limosna a la persona necesitada es bueno, pero envolverse con las personas a las que se les da esta limosna, es mejor. Atendiendo pastoralmente a las personas económicamente pobres y a otras que están en bancarrota espiritual, nos permite ayudar a estas personas y al mismo tiempo, estas personas nos ayudan a nosotros.

Por lo general, de una forma u otra, el ser humano vive en comunidad dentro de la sociedad. Y con la comunidad comparte el hambre y la sed, la enfermedad y la malnutrición, la miseria y todas las deficiencias que resultan allí. En su propia persona el ser humano está destinado a experimentar las necesidades de los demás. Así es que Cristo habla de “uno de los más pequeños de los hermanos,” y al mismo tiempo está hablando de todas y de todos.

Las personas especialistas en Biblia han notado que el evangelio de Lucas muestra una actitud bastante crítica frente a los ricos. En el inicio de su evangelio, Lucas presenta a María –la joven campesina de Nazaret— proclamando que Dios “a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos envió vacíos”. En el llamado sermón del llano, una vez que Jesús legitima los sueños y las esperanzas de la gente sin tierra, maldice a los ricos: “¡ay de ustedes, ricos!, porque ya tienen su consuelo”. Para Lucas, la riqueza es un obstáculo para las personas que escuchan la Palabra de Dios porque les impide madurar en la fe: “La que cayó entre espinos son los que oyen pero luego se van y son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto”. Lucas afirma categóricamente que la acumulación de riquezas y la codicia de los bienes materiales son incompatibles con el mensaje liberador que Jesús ofrece.

Nuestra parábola del rico epulón y el pobre Lázaro está enmarcada con temas que tienen que ver con el aspecto económico y el abuso que algunas personas cometen en perjuicio del pobre. Jesús parece lamentarse porque se ganan “amigos” con las “riquezas injustas”. Para Lucas los fariseos “eran avaros”. Como si estas advertencias no fueran suficientes, Lucas nos informa que la persona que es de la comunidad alternativa de Jesús, no puede estar al mismo tiempo al servicio del dinero y al servicio del Dios de la vida.

La pregunta obligatoria es: ¿Por qué Lucas es tan duro con los ricos? ¿Qué es lo que los ricos hacen para merecer palabras tan severas? El problema es que algunas personas ricas, en vez de dar su lealtad, fidelidad y servicio al Dios de los pobres, marginados, excluidos y enfermos que Jesús representa, no reconocen a estas personas, no entran en relación con ellas, no reconocen a estas personas como otros seres humanos.

En el tiempo de Jesús –al igual que ahora— la separación entre ricos y pobres formaba inmensos abismos o fronteras que nadie podía cruzar, ni de un lado ni del otro. La tierra y la economía estaban en manos de un 3 por ciento de familias que organizaban y se beneficiaban del trabajo de la inmensa mayoría del campesinado. Los pocos ricos que existían se creían bendecidos por Dios. Los pobres por su parte, no solo eran marginados económicamente, sino también, al no poder conservar y cumplir las leyes de la pureza, vivían cargando el pecado de por vida. Ante ese mundo de desigualdades e injusticias económicas, Lucas propone algo diferente. Lucas invita a los pocos ricos de su comunidad a salvarse aprendiendo a reconocer en la figura de Lázaro la imagen misma de Dios. A entrar en relación con ellos, y reconocerlos por nombre.

Lo primero que debemos advertir es que esta parábola no es para el “más allá,” como algunas veces se ha creído y se ha interpretado. Esta parábola tampoco es sobre fantasmas que nos quitan el sueño y espantan a los creyentes. En otras palabras, esta parábola no es sobre la recompensa que le espera al pobre por haber sufrido todo tipo de privaciones económicas, y el castigo que le espera al rico por haber vivido de manera egoísta. Esta parábola pertenece al “más acá,” en el que aún existen ricos que comen, beben, visten lujosamente y banquetean espléndidamente cada día, mientras que millones y millones de “Lázaros” yacen postrados, enfermos, hambrientos y deshumanizados, clamando al Dios de Abraham y de Sara por una vida más justa aquí y ahora.

Quizás ustedes pueden preguntarse, ¿cómo es que esta parábola no es para el “más allá,” si claramente leemos que ambos personajes mueren? Además, ¿no es Lázaro llevado por los ángeles “al seno de Abraham”, y no está el rico en el Hades, el lugar de los muertos, en medio de tormentos?

Recordemos que en la Biblia existen diferentes formas de escribir que invitan al lector a usar la imaginación para explicar conceptos como la pobreza, la riqueza, la vida, la muerte, y finalmente la experiencia de Dios. Esta parábola utiliza imágenes sobre la vida y muerte, sobre el uso de las riquezas y de las Escrituras, para hablar de una misma realidad, la realidad del “más acá” –el aquí y el ahora. Además aun en el plano figurativo, los personajes que mueren son presentados con características propias de los humanos. Por ejemplo en la lectura, el rico, quien no tiene nombre, ve, grita, tiene lengua, escucha, y su cuerpo vive en un tormento eterno. Por el otro lado, Lázaro, tiene dedos capaces de aliviar las necesidades del sediento epulón. Todas éstas son descripciones imaginativas o figurativas de una realidad que escapa a la experiencia humana, pero que al mismo tiempo nos invita a reconocer y a entrar en relación, a unirnos a las personas enfermas y hambrientas.

El obispo brasileño Helder Cámara solía repetir: “Cuando doy pan a los pobres dicen que soy un santo; cuando pregunto por qué los pobres no tienen pan, me llaman comunista”. Muchas veces, la religión como institución se convierte en una idolatría, al predicarle al pobre una resignación a su abyecta pobreza. Se hace de la pobreza una bendición, sin cuestionar ni evaluar las razones por las cuales existe esa pobreza. No se toman en cuenta las decisiones y los sistemas creados por sociedades que oprimen y deshumanizan al más débil o al pobre. Esto es lo que sucede cuando la riqueza y el amor al dinero se convierten en ídolo, en dioses—la riqueza se convierte en nuestro fin supremo. Toman el lugar del Dios de Abraham y de Sara.

En vez de predicar al Dios de Abraham y de Sara, que son modelos de hospitalidad y relación, se predica en complicidad con el dios de la avaricia, que enajena a toda persona que le abre su corazón. El culto y fidelidad a la riqueza rompe toda relación con la comunidad y con el Dios de los pobres. Jesús, en el evangelio de Lucas, desenmascara a dicho dios y nos anuncia que el amor al dinero puede volver a las personas de ser hijos e hijas de la luz, a seres perdidos en las tinieblas del egoísmo y de la avaricia. En la parábola, el rico sin nombre come y bebe solo. Da la impresión que ni la familia del rico era parte de sus banquetes.

El rico no puede clamar a Abraham como “padre” mientras no reconozca a Lázaro como su hermano. Al final, los pobres no se salvan por ser pobres, o por estar “echados” a las puertas de los ricos. Se salvan cuando se convierten en sujetos de transformación, cuando cuestionan los mecanismos desarrollados por el amor al dinero, que los tiene postrados y enfermos. Al mismo tiempo, los ricos no se condenan por tener dinero, sino por hacer del dinero su dios, por cerrar el corazón a la persona que tiene hambre, por no reconocer a estas personas como personas, como hermanas y hermanos. En la parábola del rico epulón y Lázaro, Lucas invita a su comunidad a decidir de qué lado quiere estar: del lado del Dios de Abraham y de Sara, o del lado del dios que es la avaricia, que no es capaz de ver la cara de Dios en el rostro del pobre y del enfermo—del Lázaro. Descubramos el propósito de la riqueza y el compromiso solidario que debemos tener con las personas más pobres. ¿Qué podemos hacer para vivir este mensaje? Preguntémonos cada día ¿Es el Dios de la vida dueño de nuestro corazón? ¿De qué lado queremos estar?

El Rvdo. Víctor Conrado es rector asociado en la Iglesia Episcopal San Marcos en la Diócesis de Chicago. Victor es miembro de la facultad del seminario Bexley Seabury y de Academia Ecuménica de Liderazgo.


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